El mismo fin de semana, Chile y Argentina disfrutaron, al menos por un rato, de la Fórmula 1. Mientras del lado del Pacífico fue con motivo del Salón del Automóvil, del lado del Atlántico lo fue en el marco de los 200 Km de Buenos Aires del TC 2000.
El italiano Vitantonio Liuzzi de la escudería Toro Rosso se puso al volante de uno de los autos del equipo Red Bull primero en el estacionamiento del Salón y el sábado por la mañana en las mismísimas calles de Santiago, luego de que fuera negada la posibilidad de transitar por una autopista; en una acertada medida, las autoridades creyeron que sería “un mal ejemplo” hacer una exhibición a alta velocidad, por lo que los chilenos debieron conformarse con un par de minutos de ruido en las inmediaciones del Parque Forestal, hasta que sorpresivamente el motor Ferrari explotó y la gente se abalanzó sobre el auto.
Al menos, semejante movida sirvió para cumplir el deseo de un chico de 10 años que padece una grave enfermedad y que a través de la ‘Fundación Make a Wish’ se dio el gusto de ser “piloto” por un día y hasta de acelerar un F-1.
En nuestra tierra, en tanto, el público que se acercó al autódromo Oscar Gálvez pudo ver luego de ocho años a un argentino al volante de un auto de la máxima. José María López, ex piloto tester de la escudería Renault y quizás el compatriota que más cerca está de la F-1, se dio el gusto de girar el sábado y el domingo durante algunas vueltas sobre un Williams y hacer flamear la bandera celeste y blanca como en 1995 lo hiciera nada menos que Carlos Reutemann al mando de una Ferrari. La última vez que un argentino había girado en un auto de la categoría había sido en 1998, cuando Esteban Tuero piloteó un Minardi en el Gran Premio de Argentina.