Quien haya visto la definición del campeonato de TC 2000 este domingo en Paraná seguramente no se la olvidará jamás. Quien haya asistido al circuito entrerriano le dirá el día de mañana a sus hijos: “Yo estuve ahí”. Hace tiempo que no se veía algo así, una pelea tan cerrada, una carrera tan emocionante como la que brindaron tres de los mejores pilotos del país: Matías Rossi, Juan Manuel Silva y Gabriel Ponce de León. Cualquier cosa podía pasar. Se impuso el mejor, el que más arriesgó durante las 14 fechas, el que más tuvo que remontar, el que más se la jugó y a la vez el más joven de los tres.
Con apenas 22 años, Rossi demostró que tiene “pasta”, que cuando Darío Ramonda lo eligió (como en 2003 eligió también a Christian Ledesma y en 2004 fue campeón), el cordobés sabía lo que hacía. Rossi volvió a dar cátedra escalando posiciones e, inclusive, ganando bajo la lluvia, con el Pato Silva detrás y no regalándole nada. Un error significaba irse afuera y no sólo perder la carrera sino el campeonato. Pero no hubo lugar para el error, sólo talento, paciencia y frialdad.
Qué duda cabe que Rossi es ya el nuevo ídolo de la hinchada de Chevrolet, la que sigue al TC 2000 y al TC también. Que ocupa desde hoy un lugar muy especial dentro del automovilismo argentino. Ganó este fin de semana ese premio que quizás sea el que más les importe a los pilotos y que es el reconocimiento de la gente común, que valora a quien le regala una hora de espectáculo, de entretenimiento, por brindarse entero. Y Rossi, siendo apenas un chico, entendió muy bien de que se trata esto del automovilismo porque se lo tomó de manera profesional; le espera, sin dudas, todavía mucho más, por aprender y festejar.