El Turismo Carretera le bajó el telón a su temporada 2006, quizá las más floja y cuestionada de los últimos tiempos. Floja en cuanto a que una de las dos marcas tradicionales, Chevrolet, quedó fuera de la lucha debido a los cambios reglamentarios instrumentados, y cuestionada por el desenlace que tuvo el certamen con la exclusión de Diego Aventín en la penúltima fecha y que implicó un desenlace prematuro en favor de Norberto Fontana y más cerca de los escritorios que de las pistas. Punto y aparte.
Ahora bien, la última fecha, corrida este domingo en Río Gallegos, tuvo al menos un ingrediente que le puso emoción: la consagración (si se me permite el término) de Patricio Di Palma como subcampeón. Se dirá que un subcampeonato no se festeja, que nadie se acuerda del segundo y muchas otras cosas más, pero a lo que apunto es a que para el Pato esto tuvo un significado muy especial. Y también para los que nos gusta el automovilismo pero miramos un poco más allá de los boxes.
Es más que claro que esto es un premio a su trabajo, a su esfuerzo y al compromiso que adoptó con ese Torino tras la muerte de su padre, el Loco Luis. Pero es, a mi juicio, un estímulo para quizás el último piloto-mecánico (o “corredor”) que queda en una categoría que arrancó de manera artesanal en la década del ’40 y que hoy es súper profesional.
Si Marcos heredó de su padre la locura, Patricio fue el que heredó la mística, mezclado entre fierros, midiendo, cortando, soldando, siempre con las uñas manchadas de grasa, probando el auto en la ruta y robándole horas al sueño y entregándoselas a las madrugadas de un taller en el que el mate es la única compañía. Y a todo eso le suma talento al volante, claro, sino sería simplemente un buen mecánico o jefe de equipo; no por nada acaba de cerrar contrato para correr en TC 2000 en 2007.
Sus lágrimas de emoción (y las de su equipo) confirman que en este caso haber ganado el número 2 tiene un valor inconmensurable. Y merecido lo tiene este hijo de Arrecifes.