El venezolano Pastor Maldonado fue una de las figuras depotivas destacadas del último fin de semana al convertirse en el primer piloto del país caribeño en obtener la pole position en España y de ganar un Gran Premio de Fórmula 1.
No es algo casual ni fortuito, es el resultado de un trabajo de años, de una buena preparación, de su experiencia internacional en categorías como la GP2, que lo vio campeón en 2010. También, claro, consiguió subirse (y mantenerse) en una escudería competitiva como Williams porque tuvo el apoyo económico necesario, en este caso nada menos que aportado por la petrolera PDVSA, o mejor dicho, por el presidente venezolano Hugo Chávez.
Además, Maldonado, de 27 años, volvió a poner al equipo comandado por Frank Williams en lo más alto del podio después de casi ocho años, ya que desde el Gran Premio de Brasil 2004 que no conseguía una victoria. En aquella ocasión el equipo británico festejó también gracias a un latinoamericano: el que ganó fue el colombiano Juan Pablo Montoya.
Detrás del venezolano llegaron Fernando Alonso (Ferrari) y Kimi Raikkonen (Lotus), quienes así completaron el podio de Montmeló. Para la anécdota: mientras todo era celebración, en el propio box de Williams se inició un incendió que afortunadamente no causó víctimas (sólo algunos heridos). El auto de Bruno Senna, que estaba siendo atendido por un grupo de mecánicos, inesperadamente tomó fuego. El humo negro complicó la visión de los presentes que rápidamente salieron del lugar intentando combatirlo con los extinguidores.
Apuesta fuerte
Allá por diciembre de 2010, desde el post titulado “Si Cristina imita a Chávez, Argentina podría tener un piloto en la Fórmula 1” les hacía mención a esta apuesta fuerte de Chávez. Polémica, dirán algunos. Sin dudas, porque un país precisa apostar a otras necesidades como la educación, la salud y el trabajo antes que patrocinar a un deportista que lo represente a nivel mundial. Más aún si se la inversión es de u$s 66 millones, como bien destaca hoy en su nota el colega Roberto Berasategui.
El año que viene, la Argentina es muy probable que (también por gestiones gubernamentales) tenga su propio Gran Premio en un circuito callejero que se construirá en Mar del Plata. El anhelo de muchos (dentro y fuera del gobierno) es que un piloto de nuestro país esté corriendo arriba de uno de los autos que serán parte de la competencia, como para que la fiesta sea completa.
A diferencia de lo que ocurre en Venezuela, quizás acá se apueste a un golpe de efecto, a “sacarse las ganas”, como se suele decir, y no a solventar un plan a largo plazo. Las butacas no abundan, es mucho dinero el que se precisa pero -es sabido- que cuando hay dinero se abren las puertas y que sobran las maneras de conseguirlo (ni siquiera hace falta que lo invierta el gobierno de manera directa).
Esteban Guerrieri es el hombre elegido, quien debería tener la chance y puede que lo logre. Se entrena día y noche con ese objetivo mientras corre en la Indy Ligths, una divisional del automovilismo estadounidense en la que ya dio sobradas muestras de que le queda chica. Ojalá exista la chance concreta y no oportunista (que Guerrieri no termine corriendo en un auto que ni siquiera le permita clasificar) para que podamos volver a ver a un argentino pilotando de manera competitiva en la máxima.