El Olimpo de la historia automotriz tiene reservados apenas una decena de lugares y sin dudas que Lee Iacocca se aseguró el suyo hace mucho tiempo. El ejecutivo estadounidense murió este miércoles a los 94 años en su casa de Los Ángeles.
Si bien es recordado por haber sido el “padre” del Ford Mustang, uno de los modelos más emblemáticos de la historia del auto, Iacocca es también el responsable de haber salvado de la bancarrota a Chrysler y de otras “movidas” innovadoras en la industria.
Iacocca “jugó un papel histórico dirigiendo a Chrysler a través de la crisis y convirtiéndola en una verdadera fuerza competitiva. Fue uno de los grandes líderes de nuestra empresa y de la industria automotriz en general”, expresó FCA Automobiles en el comunicado que da cuenta de su fallecimiento.
“Lee Iacocca fue verdaderamente más grande que la vida y dejó una marca indeleble en Ford, la industria automotriz y nuestro país. Lee jugó un papel central en la creación del Mustang. En lo personal, siempre apreciaré lo alentador que fue para mí al comienzo de mi carrera. Fue único en su clase y será muy extrañado”, dijo por su parte Bill Ford, presidente ejecutivo de Ford Motor Co.
Un poco de su historia
Hijo de inmigrantes italianos, Lee Iacocca nació en 1924 en Allentown, Pensilvania. Se graduó en Ingeniería Industrial en la Universidad de Princenton, y en 1946 -tras la Segunda Guerra Mundial- ingresó en Ford en un momento de expansión. Sin embargo, al poco tiempo eligió dejar la planta y pasarse al área comercial ya que -como reconociera muchos años después- “me gustaba más trabajar con personas que con máquinas”.
Durante una década se dedicó a ventas en la zona de Filadelfia, en los que conoció el negocio en todas sus facetas. En 1956 llamó la atención del entonces vice-presidente de Ford, Robert McNamara con la creación de una campaña llamada “56 para 56”; consistía básicamente en un plan de cuotas fijas de u$s 56 durante tres años para comprar el nuevo Ford 1956, con un anticipo del 20%.
Su idea fue un éxito: la companía vendió de esta forma unas 75 mil unidades de ese modelo. Iacocca había creado una campaña de marketing a sus 32 años, y apenas cuatro después fue nombrado nuevo vice-presidente de Ford de la mano de McNamara.
En ese rol fue clave para impulsar el desarrollo de un nuevo concepto de auto denominado “pony car” y así fue como en 1964 salió a la calle el Mustang. Era un auto deseable, sobre todo para los más jóvenes, y al mismo tiempo accesible; con el correr de los años y las distintas generaciones, se convirtió en un auto de culto y en una leyenda, como también en un suceso de ventas que aún hoy perdura.
En 1970 accedió a la presidencia de Ford (McNamara se convertía en jefe del Pentágono y luego director del Banco Mundial), cargo que ocupó durante ocho años. Durante ese período batalló internamente con el Henry Ford II, quien terminó por despedirlo.
Así fue que Iaccoca aceptó cruzar la vereda y asumir la presidencia de Chrysler, el tercer grande de Detroit junto con GM. Su primera misión fue el salvataje de la compañía, lo cual logró mediante un préstamo del gobierno por u$s 1.200 millones. Con ese dinero financió el lanzamiento de una serie de modelos que pusieron a la autmotriz nuevamente en competencia: era la era de las vans. Así fue como aparecieron la Dodge Caravan y la Plymouth Voyager, dos sucesos.
Por otra parte, durante su gestión Chrysler compró a American Motors, que tenía los derechos de fabricación de Jeep. A la luz de los hechos fue una movida más que acertada, fue vital para los años siguientes.
Se retiró en diciembre de 1992 dejando una Chrysler rentable, cediendo el control a Robert Eaton, quien en 1998 optó por fusionarla con Daimler. Iacocca -ya jubilado y apoyado por el empresario de origen armenio Kirk Kerkorian– se opuso a esa fusión e intentó impedirla sin éxito.
En 1984 editó el libro “Lee Iacocca: autobiografía de un triunfador” que fue un suceso de ventas en EE.UU. durante 38 semanas. En él compartió algunas de sus experiencias y dejó frases motivacionales que aún no se aplican, como por ejemplo la siguiente.
“Todo director general debería desconfiar cuando recibe sólo un punto de vista. Para evitar este peligro, yo siempre he sido partidario de tener a mi alrededor algunos tipos agudos, de esos que son amigos de llevar la contra y que, por uno u otro motivo, desconfían de las apariencias y no se dejan impresionar por el argumento de que hay que seguir haciendo las cosas así porque siempre se hicieron así”.